El gobierno de Javier Milei, que guarda silencio ante el
intervencionismo explícito del embajador designado Peter Lamelas, volvió a
subir al ring a Victoria Villarruel. Como ocurre cada vez que pierde el control
de la agenda, el dispositivo oficialista apunta contra la vicepresidenta para
recuperar, al menos de forma transitoria, la centralidad del debate público. La
subordinación a los designios de Washington y una interna cada vez más
virulenta —en la que, por primera vez, Karina Milei es blanco de críticas de
los propios militantes digitales— generan incomodidad en una administración que
no acepta cuestionamientos. Los ataques a Villarruel se reactivaron esta
semana: el Presidente la tildó de “bruta traidora”, el ministro de Defensa,
Luis Petri, la acusó de haber “comprado la agenda de la oposición”, y este
jueves el vocero presidencial, Manuel Adorni, sentenció que la vicepresidenta
“no es parte del proyecto”. Desde el regreso de la democracia, la elección de
los compañeros de fórmula ha sido un problema recurrente para los jefes de
Estado. La complicidad de campaña suele diluirse apenas pisan la Casa Rosada.
La novedad libertaria es hacer del conflicto una estrategia de posicionamiento:
exponer la fractura para marcar agenda y ordenar la tropa.
Milei intentó dejar atrás un cierre de listas que terminó con
heridos tras su participación en La Derecha Fest. Desde Córdoba, el Presidente
descalificó a la oposición y reactivó una ofensiva ya habitual contra su
vicepresidenta. El nuevo detonante fue la sesión en el Senado en la que el
oficialismo sufrió un duro revés parlamentario, producto de su propia impericia
política.
Aun así, el gobierno eligió responsabilizar a Villarruel por
no haber frenado la sesión. Desde el escenario, Milei apuntó contra la vice por
defender el aumento de las jubilaciones y proponer que el ajuste se ejecute con
los gastos reservados de la ex SIDE y una reducción de los viajes
presidenciales. El episodio del Senado abrió una nueva narrativa libertaria en
la que acusan a Villarruel de “comprar la agenda opositora”, como señaló Petri
el miércoles por la noche. Ayer, Adorni recalentó la interna desde su
conferencia habitual: "Ya lo hemos dicho una y mil veces. Todo el mundo
sabe que la vicepresidenta no es parte del proyecto, no es parte del
norte". El mensaje fue consensuado entre Adorni y los hermanos Milei.
Parte de la estrategia fue también apuntar contra Axel Kicillof, una forma de
usar el dispositivo comunicacional del gobierno para hacer campaña partidaria
de cara al 7 de septiembre. El control de daños libertario incluyó una cumbre
entre Karina Milei y Santiago Caputo para desactivar la interna que sacude al
gobierno.
Crónica de una muerte (política) anunciada
La fórmula presidencial libertaria nació rota. Villarruel
mostró gestos de autonomía en el tramo final de la campaña, con un acto de
cierre propio, y se ganó el rencor de la dueña de la guillotina: Karina Milei.
Desde entonces, la motosierra también se posó sobre ella y barrió sus
aspiraciones de controlar los ministerios de Seguridad, Defensa y la entonces
AFI. No hubo retorno. A un año y medio de haber llegado al gobierno, Villarruel
sabe que no tiene sobrevida política dentro de La Libertad Avanza. Si bien no
hay un armado concreto que permita atribuirle la “traición” que la Casa Rosada
vaticina hace meses, lo cierto es que la vicepresidenta comenzó un camino de
diferenciación.
Para empezar, Villarruel visita las provincias. Su viaje a
Tucumán, tras la cancelación repentina de Milei por presuntas cuestiones
climáticas, fue la señal más clara de una vicepresidenta dispuesta a hacer lo
que el presidente detesta: rosca política. Incorporó a su equipo al politólogo
Mario “Pato” Russo, quien había trabajado con Milei en la campaña legislativa
de 2021 y fue desplazado en la de 2023 por Santiago Caputo. La vuelta de Russo
marcó el relanzamiento de sus recorridas federales. Ya visitó cuatro
provincias: Santa Fe, Catamarca, Tucumán y Santiago del Estero. En todas,
cosechó fotos con gobernadores enfrentados con Milei. Una forma de irradiar
federalismo desde el corazón de un gobierno que elige asfixiar a los
mandatarios.
En un gobierno que juega al filo de la democracia,
Villarruel, que resonaba como una amenaza latente al pacto democrático por sus
vínculos con el negacionismo y la “familia militar", se muestra
institucionalista. Respeta el reglamento del Senado, mantiene buen diálogo con
los jefes de bloque y, según su entorno,
busca preservar la estabilidad institucional. Su sintonía con José Mayans le ha
valido más de una crítica. Desde su equipo aseguran que Villarruel “se
mantendrá leal a Milei aunque la aíslen de todo”, aunque no descartan un armado
propio para 2027.
Una historia repetida
Víctor Martínez, Eduardo Duhalde, Carlos “Chacho” Álvarez,
Julio Cobos, Gabriela Michetti, Cristina Kirchner y, ahora, Victoria
Villarruel. Todos, en mayor o menor medida, fueron un dolor de cabeza para sus
compañeros de fórmula. Las fotos de campaña, las sonrisas y la complicidad del
binomio se diluyen apenas llega el poder. La desconfianza política tiñe todo y
licúa el vínculo entre el mandatario y su vice.
Raúl Alfonsín eligió a Víctor Martínez en 1983 para
equilibrar la fórmula dentro de la UCR. Martínez representaba al sector más
conservador del partido, con base en Córdoba, mientras Alfonsín impulsaba una
línea más progresista. Aunque no hubo escándalos ni rupturas, la relación fue
fría y Martínez quedó al margen de las decisiones importantes.
Carlos Menem le ganó la histórica interna a Cafiero con
Duhalde como compañero de fórmula. Pero una vez en el poder, lo desplazó.
Apenas pudo, lo empujó a la gobernación bonaerense y desde allí se convirtió en
su principal adversario interno. Años después, ya en su segundo mandato, volvió
a tener fricciones con su vice: Carlos Ruckauf se pronunció en contra de la
re-elección y marcó diferencias públicas con el presidente.
Fernando de la Rúa apostó por Carlos “Chacho” Álvarez,
referente del Frepaso y símbolo de la Alianza. Pero esa sociedad terminó mal:
en el año 2000, tras el escándalo por los sobornos en el Senado, Álvarez
renunció a la vicepresidencia denunciando corrupción en el corazón del
gobierno. Su salida dejó al presidente sin sustento político y anticipó el
colapso institucional de 2001.
En 2007, Cristina Fernández de Kirchner buscó ampliar su base
aliándose con un sector del radicalismo. Su compañero de fórmula fue Julio
Cobos. Pero el intento de transversalidad estalló por los aires durante el
conflicto con el campo. El “voto no positivo” con el que Cobos rompió el empate
en el Senado fue una traición que CFK no perdonó. La relación quedó
definitivamente rota.
Durante el gobierno de Mauricio Macri, Gabriela Michetti
quedó rápidamente desplazada. La vice terminó como figura decorativa, mientras
el poder real se concentró en la mesa chica del PRO que funcionaba en Casa
Rosada.
La convivencia entre Alberto Fernández y Cristina tampoco fue
armoniosa. Tras las elecciones de medio término, la relación se resquebrajó. En
público la vicepresidenta cuestionaba el modelo de distribución del ingreso. En
privado, los detalles del acuerdo con el FMI y la política energética,
especialmente el precio de los servicios públicos, se convirtió así en un
símbolo de la fractura interna. Cristina Kirchner eligió la cartas para
manifestar sus puntos de vista y luego las clases magistrales. Gobernaron casi
sin cruzarse. La mala sintonía dificultó la toma de decisiones diaria que toda
gestión necesita.
Con Javier Milei y Victoria Villarruel, la historia vuelve a
repetirse. Lo que comenzó como una alianza funcional para ampliar la base
electoral se convirtió rápidamente en una interna que vuelve a escena cada vez
que el gobierno pierde el control de la agenda. Otra vez, el binomio cruje.
Otra vez, la historia se repite.